2023
Señalética de ESSO perforada con el logo de LUKoil, tanque de acero, aceite automotriz usado.
“Flux economy” o “economía en flujo” es un concepto que refiere al constante estado de cambio en las variables y condiciones políticas, sociales, culturales y ambientales que impactan a la economía.
En el contexto del conflicto bélico entre Ucrania y Rusia, los efectos geopolíticos giran en torno de los hidrocarburos; Rusia fue vetado comercialmente, el petróleo ruso no puede ser comerciado con miembros de la OTAN. Sin embargo, la ley de veto contra Rusia contempla que se pueden seguir comerciando con sus bienes siempre y cuando se haga por medio de países terceros.
Exxon, dueña de ESSO comerció hasta abril de 2023 con la sede italiana de la petrolera rusa LUKoil. Mientras tanto, Shell, Chevron, British Petroleum y varias petroleras de países miembros de la OTAN siguen comerciando petróleo ruso –a menor precio– por medio de petroleras de la India, Arabia Saudita y Turquía principalmente. Detrás de todas estas empresas se encuentra BlackRock, un fondo de inversión que gestiona el capital de agentes económicos aparentemente en conflicto, es decir, gestiona los fondos de las empresas de ambos bandos de países que operan en este conflicto.
Más allá del discurso maniqueo y moral de las guerras, el trasfondo de estas ha sido el mismo con pequeñas variaciones; la constante demanda de energéticos que mantiene el flujo corriente de la economía y da sustento a las potencias que se encuentran en pugna por la hegemonía geopolítica del siglo XXI.
Parabiología de las máquinas de guerra.*
Los escenarios cambian pero las condiciones persisten; el lubricante de la historia, como Reza Negarestani se refiere al petróleo, acecha cada movimiento empujado por el engranaje de las máquinas de guerra, engrasando la maquinaria global de ese ente abstracto que se invoca cada tanto tiempo en los discursos de crítica política y económica: el “capitalismo”. Más allá de cada narrativa y metadiscurso maniqueo –pugnas del capitalismo contra el socialismo, democracia contra dictadura, libertad contra tiranía, renovable contra no renovable, bueno contra malo–, el trasfondo del panorama geopolítico actual ha sido orientado hacia la petropolítica.
Negarestani (2008) destaca la perversidad de la paradoja señalada anteriormente al comentar que:
“Las máquinas de guerra están disueltas en petróleo. El papel del oleoducto no es el del ataque militar, es el de proporcionar soporte vital, petróleo como lubricante estratégico y vehículo neutral para las máquinas de guerra, con efectividad móvil y difusiva.“
Parece que los medios se alimentan del fin; máquinas que corren con petróleo persiguiendo esa zanahoria oscura y chorreante que da sentido a nuestra cosmogonía, una maquinaria perpetuamente hambrienta que hoy se alimenta de la flema negra de la tierra y que, probablemente en un par de décadas más, se alimentará de sales y del proceso termodinámico que estas producen, casi como millones de pequeños reactores nucleares. Mientras tanto, nuestra saciedad oximorónica parece no llegar a un fin.
Pero ¿qué es del petróleo sin un cascarón que pueda ingerirle, almacenarle, combustionarle y exhalar sus residuos? ¿Dónde queda ese ente hidrocabófago? ¿Cuál es la salida energética de su metabolismo? ¿Cómo se conforma su sistema nervioso más allá de sus múltiples esqueletos y su negro y dúctil sistema circulatorio? Como cualquier sistema nervioso medianamente complejo, las neuronas transmiten impulsos eléctricos generados de la bomba sodio-potasio que transporta iones de potasio a las células, proporcionando así la energía que se traslada por medio de células y fibras nerviosas, y que concluye su ciclo con lo que conocemos como sinapsis. La sinapsis de las máquinas de guerra también conduce impulsos eléctricos –aunque de mucho mayor voltaje– con energía proveniente de baterías impulsadas por sales de litio que producen iones de litio para el gasto energético y que viajan por medio de placas de circuitos y soldadura. Así como el sistema nervioso biológico interpreta dichos impulsos para ejecutar comandos o percibir el entorno, las máquinas de guerra interpretan sus propios impulsos para vigilar desde el cielo, disparar un misil teledirigido a kilómetros de distancia, o fungir como pequeño kamikaze. Identifican cuerpos, cuerpos que pertenecen a grupos indeseables y que pueden ser exterminados sin la presencia de un humano en el interior de la máquina.
Entre la penumbra –según su etimología, lo casi sombrío, donde aún se pueden percibir algunas formas y siluetas– operan agentes petropolíticos que median los intereses mercantiles de esta necroeconomía intoxicada por las reacciones térmicas que permiten un flujo aparentemente perpetuo de petróleo y en donde las fronteras en verdad dejan de existir o se evaden con gran facilidad.
Hoy en día brota donde se le invoca; por medio de torres-tótem que, como hematófagos, succionan el viscoso líquido de las entrañas de la Tierra, perturbando su letargo para así manifestarle con la finalidad de continuar con el ciclo termodinámico atravesado por otrora energía solar que fue metabolizada, finada, sedimentada, encapsulada y sometida a presión por millones de años.
*Breve ensayo de teoría ficción sobre la materia, sus agentes y los circulos especulativos de vida-muerte-economía contemporáneos.
FLUX
2023
ESSO sign perforated with LUKoil’s logo, steel tank, used automotive oil.
"Flux economy" is a concept that refers to the constant state of change in the variables and conditions regarding the political, social, cultural and environmental that impact the economy. In the context of the war between Ukraine and Russia, the geopolitical effects revolve around hydrocarbons; Russia was banned commercially, Russian oil cannot be traded with NATO members. However, the veto law against Russia contemplates that they can continue to trade with their goods as long as it is done through third countries.
Exxon, owner of ESSO, traded until April 2023 with the Italian headquarters of the Russian oil company LUKoil. Meanwhile, Shell, Chevron, British Petroleum and several oil companies from NATO member countries continue to trade Russian oil –at a lower price– mainly through oil companies from India, Saudi Arabia and Turkey. Behind all these companies is BlackRock, an investment fund that manages the capital of economic agents apparently in conflict, that is to say, it manages the funds of companies from both sides of countries that operate in this conflict.
Beyond the Manichaean and moral discourse of the wars, the background of these has been the same with small variations; the constant demand for energy that maintains the current flow of the economy and sustains the powers that are in conflict for the geopolitical hegemony of the 21st century.
Parabiology of the War Machines.*
The scenarios change, but the conditions persist; the lubricant of history, as Reza Negarestani refers to oil, haunts every movement driven by the gears of war machines, greasing the global machinery of that abstract entity invoked time and again in the discourse of political and economic critique: “capitalism.” Beyond every narrative and manichean metadiscourse—capitalism versus socialism, democracy versus dictatorship, freedom versus tyranny, renewable versus non-renewable, good versus evil—the backdrop of today’s geopolitical landscape has been steered toward petropolitics.
Negarestani (2008) highlights the perversity of this previously mentioned paradox by commenting:
“War machines are dissolved in oil. The role of the pipeline is not that of military attack; it is that of providing life support—oil as a strategic lubricant and neutral vehicle for war machines, with mobile and diffusive effectiveness.”
It seems the means are nourished by the end; machines running on oil chase that dark, dripping carrot which gives meaning to our cosmogony—a perpetually hungry machinery that today feeds on the black phlegm of the earth and, probably in a few more decades, will feed on salts and the thermodynamic processes they produce, almost like millions of tiny nuclear reactors. In the meantime, our oxymoronic satiety seems to have no end.
But what is oil without a shell capable of ingesting it, storing it, combusting it, and exhaling its waste? Where is that hydrocarbon-devouring entity? What is the energetic output of its metabolism? How is its nervous system structured beyond its multiple skeletons and its black and ductile circulatory system? Like any moderately complex nervous system, neurons transmit electrical impulses generated by the sodium-potassium pump that transports potassium ions into cells, thus providing the energy that travels through cells and nerve fibers, culminating in what we know as a synapse. The synapse of war machines also conducts electrical impulses—though of much higher voltage—with energy coming from lithium-salt-driven batteries that produce lithium ions for energy expenditure, traveling through circuit boards and soldered connections. Just as the biological nervous system interprets these impulses to execute commands or perceive the environment, war machines interpret their own impulses to surveil from the sky, fire a guided missile kilometers away, or act as a small kamikaze. They identify bodies—bodies that belong to undesirable groups and can be exterminated without a human presence inside the machine.
In the penumbra—etymologically, the almost-shadow, where some shapes and silhouettes can still be perceived—operate petropolitical agents who mediate the mercantile interests of this necroeconomy, intoxicated by the thermal reactions that allow a seemingly perpetual flow of oil, where borders truly cease to exist or are easily bypassed.
Today, it sprouts wherever it is invoked—through totemic towers that, like hematophages, suck the viscous liquid from the Earth's entrails, disturbing its slumber in order to manifest it and thus continue the thermodynamic cycle, one once driven by solar energy that was metabolized, expired, sedimented, encapsulated, and subjected to pressure over millions of years.
*Brief theory-fiction essay on matter, its agents, and the speculative cycles of life-death-economy in contemporary times.